martes, 7 de octubre de 2025

El aborto libre en el mundo: un análisis filosófico desde la ética universal y el contexto chileno


                                                                                                 

I. Introducción: la pregunta moral por la vida y la libertad

El aborto libre —entendido como la posibilidad de interrumpir voluntariamente un embarazo sin requerir una causa específica— constituye uno de los dilemas éticos y políticos más intensos del mundo contemporáneo. En el siglo XXI, las sociedades se encuentran divididas entre la defensa de la autonomía corporal y el respeto al valor intrínseco de la vida humana. La discusión filosófica no es reciente: desde Aristóteles hasta Martha Nussbaum, la pregunta por el origen, el valor y el sentido de la vida ha sido inseparable de la reflexión sobre la justicia, el cuerpo y la libertad.

En Chile, la despenalización parcial del aborto en 2017 bajo el gobierno de Michelle Bachelet —limitada a tres causales— abrió un debate que continúa hasta hoy. El país, históricamente marcado por la influencia del catolicismo y las dictaduras, representa un microcosmos del conflicto entre ética universal y moral contextual, conceptos que en la tradición filosófica distinguen entre principios racionales universales y normas culturales particulares.

El propósito de este informe es examinar el aborto libre desde una perspectiva filosófica imparcial, exponiendo cinco argumentos a favor y cinco en contra, apoyados en la tradición ética universal, y analizando cómo podrían dialogar con la realidad chilena actual.

II. Fundamentos éticos del debate: entre el deber, el bien y la utilidad

La ética filosófica ofrece tres grandes marcos de análisis: el deontológico (centrado en el deber y la ley moral), el teleológico (centrado en el fin o bien supremo) y el consecuencialista (centrado en los resultados de la acción). En cada uno, el aborto puede ser valorado de manera diferente.

  1. Desde Aristóteles, el fin último de la acción humana es la eudaimonía —la vida buena y plena conforme a la virtud—. La política, en tanto ciencia del bien común, debe ordenar las condiciones externas que favorezcan ese florecimiento. De ahí que el aborto deba evaluarse según si contribuye o impide la vida buena de la comunidad.
  2. Desde Kant, toda persona debe ser tratada como un fin en sí mismo y nunca como un medio. El deber moral, fundado en la autonomía racional, obliga a respetar la dignidad de todo ser capaz de razón. El dilema, entonces, es si el embrión posee ya esa condición de fin en sí mismo.
  3. Desde el utilitarismo de Bentham y Mill, el valor moral de una acción depende de su capacidad para producir el mayor bienestar posible. El aborto sería justificable si evita sufrimientos mayores que los que provoca.
  4. Desde el existencialismo, Sartre y Simone de Beauvoir enfatizan la libertad radical del sujeto: la existencia precede a la esencia, y cada individuo es responsable de dar sentido a su vida. El control sobre el propio cuerpo es expresión de esa libertad, pero también de una responsabilidad ontológica.
  5. Desde las éticas contemporáneas del cuidado, como la de Carol Gilligan o Nel Noddings, la moralidad no se reduce a reglas abstractas, sino que se enraíza en la empatía, la vulnerabilidad y las relaciones concretas. La pregunta ética no sería “¿qué está bien en general?”, sino “¿qué acción cuida mejor a los implicados?”.

 

III. Razones filosóficas a favor del aborto libre

1. Autonomía y libertad corporal (Kant, Beauvoir, Mill)

El argumento central a favor del aborto libre es el de la autonomía moral. La tradición kantiana sostiene que la moralidad nace de la libertad: un individuo actúa éticamente solo cuando se da a sí mismo la ley. Si una mujer no puede decidir sobre su cuerpo, se le niega la condición de agente moral autónomo.


Simone de Beauvoir profundiza esta idea en El segundo sexo: la maternidad impuesta convierte a la mujer en “ser para otro”, un instrumento biológico del destino ajeno. En términos utilitaristas, John Stuart Mill diría que limitar la libertad individual solo se justifica para prevenir un daño a terceros; en este caso, no hay consenso sobre si el embrión constituye ya un “tercero” con intereses moralmente protegibles.

En Chile, este argumento cobra fuerza ante los casos de niñas violadas que fueron obligadas a continuar embarazos, como el de la menor de 11 años en 2013, llamado mediáticamente “Belén”. El Estado, al impedirle decidir, la trató como medio de una norma, no como fin en sí misma.

2. Igualdad y justicia de género (Rawls, Nussbaum)

Martha Nussbaum, desde el enfoque de las capacidades, plantea que la justicia consiste en garantizar a cada persona la posibilidad real de desarrollar sus potenciales vitales. Si el Estado restringe el aborto, impide a las mujeres ejercer su agencia moral y política.
John Rawls agregaría que, tras el “velo de la ignorancia”, ninguna persona racional aceptaría vivir en una sociedad donde su cuerpo pudiera ser controlado por otros. El aborto libre, desde esta óptica, es un requisito de equidad.

En Chile, la penalización histórica del aborto afectó principalmente a mujeres pobres, mientras las clases altas accedían a procedimientos clandestinos seguros. Esto evidencia un problema de justicia distributiva, más que solo moral.

3. Responsabilidad moral y ética del cuidado (Gilligan, Arendt)

Carol Gilligan observa que muchas mujeres deciden abortar no por egoísmo, sino por sentido de responsabilidad: cuidar implica también reconocer los límites del cuidado posible. Hannah Arendt llamaría a esta decisión un ejercicio de “responsabilidad ante el mundo”, no de mero individualismo.
Desde esta perspectiva, permitir el aborto no promueve la frivolidad, sino la deliberación ética madura en contextos de conflicto.

4. Reducción del sufrimiento y bienestar social (Bentham, Singer)

El utilitarismo de Bentham y Peter Singer enfatiza la minimización del sufrimiento. La ilegalidad del aborto no impide su práctica, pero la hace insegura. En Chile, antes de la ley de tres causales, el Ministerio de Salud estimaba más de 30.000 abortos clandestinos anuales, con alta mortalidad materna. La legalización en países como Uruguay o Argentina ha reducido drásticamente esas cifras.
Desde una ética de consecuencias, el aborto libre es preferible porque disminuye el daño total.

5. Pluralismo moral y Estado laico (Locke, Habermas)

John Locke defendió la separación entre religión y Estado: la autoridad política no debe imponer dogmas morales privados. En un Estado plural, la ley debe garantizar libertad de conciencia, no ortodoxia.
Jürgen Habermas ampliaría este argumento: la legitimidad política surge del consenso racional entre ciudadanos libres e iguales, no de verdades reveladas.
Por ello, el aborto libre no impone su práctica a nadie, pero permite decidir según convicciones personales.

IV. Razones filosóficas en contra del aborto libre

1. El valor intrínseco de la vida humana (Aristóteles, Tomás de Aquino, Kant)

La tradición aristotélico-tomista considera que todo ser humano participa de un telos natural orientado al bien y la perfección. Interrumpir deliberadamente la vida humana sería frustrar ese fin natural.
Kant también podría oponerse: si la vida racional es condición del deber moral, el respeto a la vida potencial sería un imperativo categórico. El embrión, aunque no racional todavía, pertenece a la humanidad como especie dotada de razón, y su destrucción podría implicar una contradicción en la ley universal: usar la vida como medio para un fin subjetivo.

En Chile, la objeción de conciencia institucional en hospitales católicos se apoya precisamente en esta visión del respeto absoluto por la vida humana.

2. La pendiente resbaladiza moral (Hobbes, Burke)

Thomas Hobbes sostiene que la función del Estado es evitar el caos moral mediante leyes firmes que regulen los impulsos humanos. Si se relativiza el valor de la vida prenatal, podría abrirse la puerta a nuevas formas de instrumentalización de la existencia.
Edmund Burke, desde el conservadurismo ilustrado, advertía que cambiar instituciones morales sin medir consecuencias erosiona los lazos de confianza social. La liberalización total del aborto podría, según esta lógica, debilitar el sentido cívico de responsabilidad hacia la vida.

3. La interdependencia y la comunidad (Aristóteles, MacIntyre, Sandel)

Aristóteles definía la polis como una comunidad orientada al bien común. La virtud no se ejerce en soledad, sino en la reciprocidad. Al concebir el aborto solo como asunto privado, se fragmenta la noción de ciudadanía compartida.
Alasdair MacIntyre y Michael Sandel critican el individualismo liberal: las decisiones morales no pueden separarse de las tradiciones comunitarias que nos constituyen. En sociedades como la chilena, donde la vida es un valor profundamente arraigado, el aborto libre podría interpretarse como ruptura de un horizonte común.

4. La ética de la responsabilidad ante la vida (Jonas, Levinas)

Hans Jonas, en El principio de responsabilidad, sostiene que la vida, por su fragilidad, merece una protección asimétrica: la carga de la prueba recae sobre quien pretende interrumpirla. Emmanuel Levinas, por su parte, funda la moralidad en el rostro del Otro, que nos interpela y nos obliga antes de toda elección.
El embrión, aunque sin rostro visible, simboliza esa alteridad radical que exige cuidado. Desde esta perspectiva, la ética del respeto a la vida se antepone a la libertad individual.

5. Consecuencias psicológicas y sociales (Aristóteles, Durkheim, Viktor Frankl)

Desde una óptica eudaimónica, Aristóteles diría que la felicidad requiere coherencia moral y virtud. El aborto, si se vive como ruptura de esa coherencia, puede generar culpa o vacío moral.
Émile Durkheim advertía que cuando las normas morales se debilitan, surge la anomia: la pérdida de sentido. En términos existenciales, Viktor Frankl vería en el aborto una decisión que puede privar a la vida de significado trascendente, tanto para la madre como para la sociedad.
En Chile, algunos grupos feministas reconocen esta complejidad al proponer acompañamiento psicológico integral antes y después del procedimiento.

V. El caso chileno: entre la moral católica y la ética pluralista

Chile es un país donde la tensión entre moral religiosa y ética laica se ha manifestado en casi todos los debates públicos. Hasta 2017, mantenía una de las legislaciones más restrictivas del mundo, producto de la reforma al Código Sanitario impuesta durante la dictadura en 1989, que prohibió el aborto incluso por razones médicas.

La ley de tres causales —riesgo vital, inviabilidad fetal y violación— representó un punto medio entre las demandas feministas y la oposición conservadora. Sin embargo, el debate por el aborto libre (“aborto a secas”) ha resurgido en el contexto del nuevo proceso constituyente y las movilizaciones de 8M.

Desde una perspectiva filosófica, Chile encarna el conflicto de la necesidad de pasar del pensamiento mítico, guiado por la tradición y la autoridad, al pensamiento racional autónomo. El desafío ético es construir una deliberación pública capaz de salir de la caverna de los prejuicios —religiosos o ideológicos— y analizar racionalmente los fundamentos de nuestras normas.

El pluralismo chileno contemporáneo exige reconocer que existen múltiples concepciones legítimas del bien. En palabras de Aristóteles, la política debe buscar el bien común, no el bien de un grupo; y para Rawls, la justicia consiste precisamente en diseñar instituciones que puedan ser aceptadas por personas con valores distintos.

 

VI. Síntesis comparativa: las dos lógicas del argumento

El debate sobre el aborto libre no es reducible a “vida vs. libertad”. En realidad, enfrenta dos modos de concebir la moral:

  • La ética de la autonomía: centrada en la libertad individual, la dignidad y la autodeterminación racional.
  • La ética de la vida y la responsabilidad: centrada en el respeto ontológico por la existencia y la preservación de la comunidad.

Ambas tradiciones, lejos de ser excluyentes, se complementan en la búsqueda de una moral pública razonada. La tradición aristotélica enseña que la virtud está en el justo medio: ni la rigidez moralista ni el relativismo absoluto conducen a la vida buena. En este sentido, el desafío ético chileno sería articular una legislación que reconozca la autonomía sin trivializar la vida.

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