viernes, 18 de julio de 2025

Desarrollo histórico de la filosofía en Chile

Prof. Renato Alejandro Huerta

Periodo colonial: orígenes escolásticos (siglos XVI–XVIII)

La actividad filosófica en Chile se inició durante la época colonial, inicialmente bajo la égida de órdenes religiosas. En 1595, fray Cristóbal de Valdespino impartió las primeras cátedras de filosofía en el convento dominico de Santiago. Estas enseñanzas, al igual que las de los jesuitas y otras instituciones coloniales posteriores, se enmarcaron en la filosofía escolástica de tradición aristotélico-tomista introducida desde España. La filosofía se enseñaba como parte del currículo colonial, dividida en cursos de lógica, metafísica, filosofía del derecho y filosofía moral, típicamente orientados a fundamentar la teología católica. Figuras destacadas de este periodo fueron clérigos como Alonso Briceño, Miguel de Viñas, Manuel de Ovalle y Manuel A. Talavera, autores de tratados filosóficos escolásticos conservados en archivos coloniales. La creación de la Real Universidad de San Felipe en 1758 (primera universidad chilena) dio nuevo impulso a los estudios filosóficos.

A fines del siglo XVIII comenzaron a llegar a Chile las corrientes de la Ilustración europea, marcando un giro en los contenidos filosóficos. Hacia 1790, ideas de pensadores ilustrados franceses e ingleses –como Voltaire, Diderot, Rousseau, Montesquieu o Condorcet– circulaban en el país. Estas ideas ilustradas, enfocadas en el progreso, la razón y los derechos, influyeron primero en un pequeño círculo letrado y luego en los debates políticos previos a la Independencia. Autores laicos tardocoloniales como Manuel de Salas y Juan Egaña introdujeron temas ilustrados (educación, organización social), sirviendo de puente hacia la filosofía republicana del siglo XIX.

Siglo XIX: Independencia, influencia ilustrada y positivismo

La filosofía en Chile cobró institucionalidad tras la Independencia (proclamada en 1818). En las décadas formativas de la república (1820–1860), las reflexiones filosóficas estuvieron ligadas a la construcción del Estado nacional y la definición de sus fundamentos ideológicos. En este período temprano destacaron pensadores como Andrés Bello y Jenaro Abásolo, quienes contribuyeron a moldear el pensamiento nacional.

Retrato de Andrés Bello (óleo de 1850). Bello, de origen venezolano, fue uno de los intelectuales fundacionales de Chile republicano; cultivó la filosofía del lenguaje, la educación y la política.

Andrés Bello (1781–1865), radicado en Chile desde 1829, aportó una visión humanista e ilustrada. Su obra Filosofía del Entendimiento (escrita ca. 1840, publicada póstumamente en 1881) expone su teoría del conocimiento influida por el sentido común escocés y el empirismo inglés. Bello abogó por una educación secular, laica pero compatible con la fe, y contribuyó a fundar la Universidad de Chile en 1842, integrando estudios filosóficos en su proyecto educativo nacional. Por su parte, Jenaro Abásolo (1833–?) es considerado “el más importante filósofo chileno del siglo XIX”. Abásolo publicó en Bruselas Personnalité (1877), obra donde comenta críticamente a Leibniz, Kant y Hegel, y desde su postura espiritualista rechaza el positivismo entonces en auge. Tanto Bello como Abásolo representan la búsqueda de un pensamiento propio: Bello asentó bases filosóficas para la joven nación, y Abásolo, una generación después, reaccionó contra modas intelectuales europeas (el positivismo) defendiendo una visión ética y teológica más trascendente.

La segunda mitad del siglo XIX estuvo marcada por la difusión del positivismo. Ideas de Auguste Comte, Herbert Spencer y John Stuart Mill penetraron en Chile, influyendo en intelectuales y políticos liberales que veían en la ciencia y el progreso material la clave del desarrollo. El positivismo chileno se consolidó hacia la década de 1870: en 1875, por ejemplo, el intelectual Jorge Lagarrigue dictó una célebre conferencia en la Academia de Bellas Letras defendiendo la filosofía positiva, hecho simbólico del triunfo de esta corriente en el ambiente académico. El ideario positivista impregnó las reformas educativas de finales del XIX, fomentando la enseñanza científica y laica. Sin embargo, suscitó también resistencias: pensadores de orientación espiritualista o católica criticaron el reductivismo cientificista. Un hito de esta pugna fue la polémica en torno al ensayo “La sociabilidad chilena” (1844) de Francisco Bilbao, joven liberal radical. En ese texto, Bilbao llamó a una transformación democrática de la sociedad chilena y atacó ferozmente al clero conservador, lo que le valió un juicio por blasfemia y el exilio. Bilbao encarnó la facción liberal anticonservadora del siglo XIX, defendiendo la libertad de conciencia y la unidad latinoamericana frente al autoritarismo. Sus obras, junto con las de otros liberales como José V. Lastarria o Sarmiento (argentino influyente en Chile), introdujeron críticas filosófico-sociales que prepararon el terreno para los debates del siglo XX.

Hacia fines del siglo XIX, la filosofía en Chile reflejaba una tensión entre corrientes europeas importadas y su adaptación crítica al medio local. Se habían acogido y debatido escuelas como el liberalismo ilustrado, el positivismo científico y también primeras nociones del evolucionismo social, formando “el mundo de ideas en el cual los chilenos vivieron su desarrollo educacional e intelectual”. Al mismo tiempo, persistía la influencia de la escolástica católica en instituciones tradicionales (la Iglesia mantuvo control sobre la educación hasta la secularización de fines del XIX). Este mosaico ideológico sentó las bases para la profesionalización de la filosofía en el siglo XX.

Primera mitad del siglo XX: antipositivismo y profesionalización académica

En el cambio de siglo se produjo en Chile un movimiento antipositivista y una ampliación del quehacer filosófico, en sintonía con tendencias latinoamericanas. Desde aproximadamente 1920, varios intelectuales reaccionaron contra la visión positivista estrecha, reivindicando dimensiones espirituales, éticas y humanistas del pensamiento. Por ejemplo, el educador y filósofo Enrique Molina –fundador de la Universidad de Concepción en 1919– publicó De lo espiritual en la vida humana (1947), ensayando sobre la primacía de valores espirituales frente al materialismo científico. También el filósofo Jorge Millas exploró la crisis de la modernidad en El desafío espiritual de la sociedad de masas (1962). Estas obras reflejan una corriente crítica del cientificismo, a tono con el vitalismo, el neokantismo y otras escuelas entonces en boga en Europa. En paralelo, la Iglesia Católica fomentó su propia tradición filosófica: pensadores tomistas como Osvaldo Lira defendieron el neoescolasticismo y la primacía de la fe, en contraposición al laicismo. La revitalización de la filosofía cristiana y la recepción de corrientes como la fenomenología y el existencialismo marcaron el clima intelectual de las primeras décadas del siglo XX en Chile.

Importante en este periodo fue la institucionalización universitaria de la filosofía. Tradicionalmente, la disciplina se enseñaba solo en seminarios e institutos humanísticos, pero a partir de los años 1920–1930 se incorporó plenamente en la academia laica. En 1922 la Pontificia Universidad Católica de Chile creó cursos regulares de filosofía, iniciando su enseñanza formal en esa casa de estudios. Poco después, en 1935, la Universidad de Chile estableció los primeros cursos especiales para la formación de profesores de filosofía, impulsados por el académico Pedro León Loyola. Esta iniciativa inauguró la carrera de Pedagogía en Filosofía, respondiendo a la necesidad de docentes especializados para la educación secundaria. En 1943, la P. Universidad Católica inauguró su Escuela de Pedagogía en Filosofía dentro de la Facultad de Educación, consolidando la preparación sistemática de filósofos y profesores.

A mediados de siglo, la comunidad filosófica chilena se organizó y creció en visibilidad. En 1948 se fundó la Sociedad Chilena de Filosofía, como espacio profesional de encuentro e intercambio. Al año siguiente (1949) apareció la Revista de Filosofía, primera publicación periódica dedicada enteramente a la disciplina en Chile. Esta revista se convirtió en el principal órgano de difusión de las obras y debates de los filósofos chilenos. Su lanzamiento simboliza la madurez de un gremio filosófico local, capaz de generar literatura especializada. Durante los años 1950, además, Chile recibió la visita de destacados filósofos extranjeros que influyeron en la academia nacional. Pensadores de renombre internacional como el español José Ferrater Mora, el italiano Ernesto Grassi, el peruano Alberto Wagner de Reyna o el español Francisco Soler residieron temporalmente en Chile y dictaron cursos y conferencias. Estas estancias contribuyeron a actualizar los contenidos (introduciendo, por ejemplo, la filosofía existencial europea, la hermenéutica y la filosofía analítica) y forjaron redes intelectuales. La apertura a colaboraciones internacionales, sumada al envío de jóvenes chilenos a posgrados en Europa, facilitó la recepción crítica de corrientes foráneas y enriqueció el desarrollo de la filosofía chilena.

Hacia 1960, la filosofía en Chile alcanzaba un alto grado de profesionalización y pluralismo. Se consolidaron generaciones de filósofos formados localmente, que empezaron a producir obras originales. En esta época emergieron figuras como Carla Cordua y Roberto Torretti, esposos que renovaron los estudios filosóficos desde una perspectiva cosmopolita. En 1964 Cordua, Torretti y José Echeverría fundaron el Centro de Estudios Humanísticos en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la U. de Chile. Curiosamente, este centro insertó la filosofía dentro de una facultad científica, impulsando diálogos interdisciplinarios, especialmente en filosofía de la ciencia y filosofía contemporánea. Allí enseñaron también pensadores como Patricio Marchant y Marcos García de la Huerta. Por su parte, la P. Universidad Católica de Chile creó en 1970 su Instituto de Filosofía, y la Universidad de Chile estableció en 1972 un renovado Departamento de Filosofía (Sede Norte). Asimismo, la Universidad de Concepción, desde su fundación en 1919, se había convertido en otro foco relevante, al albergar a Enrique Molina y otros académicos que promovieron la filosofía en regiones. Todas estas instituciones configuraron un sólido sistema de formación e investigación filosófica en el país.

En cuanto a las temáticas, la filosofía chilena de mediados del siglo XX abarcó desde problemas clásicos hasta cuestiones sociales contingentes. Algunos filósofos se especializaron en áreas formales (lógica, epistemología, metafísica) –por ejemplo, Gerold Stahl y Juan Rivano impulsaron la lógica simbólica en Chile– mientras que otros desarrollaron una filosofía social centrada en la identidad latinoamericana, la relación entre religión y Estado, la modernidad y el papel de la universidad en la nación. Esta doble orientación respondió a la “tensión constante entre la actividad académica... y las perspectivas críticas que exigen un compromiso con la realidad social”, rasgo característico de la filosofía chilena, según ha señalado el historiador Iván Jaksić. Muchos filósofos chilenos de este periodo participaron activamente en debates públicos sobre educación, cultura y política, asumiendo roles como intelectuales públicos además de su labor académica.

Un logro notable fue la proyección internacional de algunos filósofos chilenos. Un ejemplo es Roberto Torretti, cuya obra Philosophy of Geometry from Riemann to Poincaré (1978) fue pionera a nivel mundial en la historia crítica de la filosofía de la geometría. Publicada en inglés, significó el primer estudio amplio sobre ese tema desde el clásico de Bertrand Russell en 1897. Este aporte de Torretti –así como sus trabajos subsiguientes en filosofía de la física– demostró la capacidad de la academia chilena para contribuir al conocimiento filosófico universal desde la periferia. En suma, al llegar la década de 1970, Chile contaba con una tradición filosófica institucionalizada, con revistas especializadas, sociedades académicas y pensadores reconocidos dentro y fuera del país.

Filosofía durante la dictadura (1973–1990) y la transición democrática

El golpe de Estado de 1973 y el régimen militar de Augusto Pinochet (1973–1990) tuvieron un impacto significativo en la vida intelectual, y la filosofía no fue la excepción. Durante la dictadura, muchos académicos de humanidades fueron perseguidos, despedidos de las universidades o forzados al exilio, mientras otros optaron por la autocensura o colaboraron con el nuevo orden. Varios filósofos chilenos se destacaron como opositores al régimen, participando en la resistencia cultural y política. Por ejemplo, Humberto Giannini, Eduardo Carrasco o José Santos Herceg escribieron ensayos crítico-sociales que, con lenguaje filosófico, denunciaban la falta de libertad y las violaciones a los derechos humanos. Al mismo tiempo, algunos pocos intelectuales se alinearon con el discurso oficial, enfatizando valores conservadores o tecnocráticos, lo que evidencia la polarización del campo filosófico en esos años.

Las universidades sufrieron intervención estatal; en la Universidad de Chile, la Facultad de Filosofía y Humanidades fue intervenida y purgada de profesores considerados contrarios al régimen, y su famoso Instituto Pedagógico (principal formador de profesores de filosofía) fue segregado para formar la nueva UMCE. Pese a la adversidad, la enseñanza filosófica continuó –aunque controlada– y se mantuvo cierta continuidad institucional en la disciplina. Irónicamente, algunos espacios como seminarios privados o publicaciones semiclandestinas (ej. la revista Analisis de la Academia de Humanismo Cristiano) permitieron que el debate filosófico subsistiera. Hacia fines de la dictadura, en los 1980s, emergió una filosofía de la liberación latinoamericana con eco en Chile: se discutieron autores como Enrique Dussel, y temas como la identidad cultural y la dependencia, buscando pensar la realidad latinoamericana desde su situación de opresión. También en 1982 la P. Universidad Católica inició una serie de publicaciones llamadas Seminarios de Filosofía, donde filósofos chilenos publicaron estudios sobre filosofía clásica y medieval, señal de que aún en tiempos difíciles proseguía la investigación académica.

Con la recuperación de la democracia en 1990, la filosofía chilena experimentó un resurgimiento. Se reintegraron muchos académicos exiliados, se restauró la autonomía universitaria y se crearon nuevos centros de estudio. Durante la transición democrática de la década de 1990, la disciplina recuperó su vitalidad y amplió sus horizontes temáticos. Filósofos chilenos comenzaron a tener una presencia más activa en congresos internacionales y a publicar en revistas extranjeras. Al mismo tiempo, la filosofía local asumió una actitud más propositiva y crítica, enfocándose no solo en comentar doctrinas importadas sino en analizar los desafíos de la propia sociedad chilena. Se multiplicaron los ensayos de crítica social, abordando fenómenos como la transición política, la memoria histórica tras la dictadura, la ética cívica, el rol de la globalización, etc. Think tanks y universidades patrocinaron investigaciones filosóficas aplicadas a políticas públicas, bioética, medio ambiente y educación. Aunque las tradiciones europeas (analítica, continental) siguieron presentes en el currículo, se buscó reinterpretarlas desde una perspectiva local latinoamericana, dando origen a reflexiones originales sobre identidad y filosofía intercultural.

Un evento destacado de apertura internacional fue la llegada a Chile de Ernst Tugendhat en 1992. Este influyente filósofo alemán (discípulo de Heidegger y Apel) se radicó algunos años en el Instituto de Filosofía de la PUC como profesor visitante. Su presencia estimuló debates en torno a la ética del discurso y la filosofía del lenguaje, actualizando al medio local con desarrollos contemporáneos. A la par, filósofos chilenos de la generación joven comenzaron a sobresalir: por ejemplo, Pablo Oyarzún y Sergio Rojas en estética, Julio S. Herrera en metafísica, o Claudio Almada en filosofía de la mente (por mencionar algunos emergentes en los 90). En 1993 se organizó en Santiago el IV Congreso Mundial de Metafísica, reflejo de la reinserción de Chile en los circuitos académicos globales tras años de aislamiento.

En síntesis, hacia el siglo XXI la filosofía en Chile muestra continuidad y renovación. Se mantienen las instituciones formativas clásicas (departamentos universitarios, sociedades científicas), a la vez que nuevos enfoques han cobrado fuerza –por ejemplo, la ética aplicada, los estudios de género y la filosofía latinoamericana comparada–. Chile ha logrado una tradición filosófica profesional de más de dos siglos, en la cual perdura la tensión creativa entre la reflexión académica autónoma y el compromiso con los problemas histórico-sociales del país. Esta dualidad ha sido fértil, asegurando tanto rigor teórico como relevancia práctica en el quehacer filosófico nacional.

Enseñanza de la filosofía en Chile: niveles educativos, grados y universidades

La enseñanza de la filosofía está presente en Chile tanto en el nivel secundario como en la educación superior, con diversos grados académicos y programas ofrecidos.

En educación secundaria, la filosofía ha formado parte tradicionalmente del currículo de enseñanza media. Por décadas fue una asignatura obligatoria impartida en el 4º año medio (último año escolar) –y en algunos planes también en 3º medio–, orientada a introducir a los estudiantes en problemas filosóficos fundamentales y pensamiento crítico. En años recientes hubo intentos de reformar el plan de estudios que proponían eliminar Filosofía como ramo obligatorio en 3º y 4º medio (junto con Historia), dejándola solo como electivo específico. Esta propuesta (circa 2016–2018) generó un amplio rechazo de la comunidad educativa y académica, por considerarse un “grave error estratégico” que marginaría a las humanidades de la formación integral. Finalmente, tras el debate, se revirtió esa idea y se reforzó la presencia de Filosofía en la malla común. Desde la implementación de la última reforma curricular (aprox. 2019–2020), Filosofía volvió a ser obligatoria en 3º y 4º medio en todos los tipos de establecimiento, incluido el técnico-profesional y artístico. La asignatura se enfoca en que los estudiantes desarrollen reflexión crítica y rigurosa sobre cuestiones actuales y existenciales, fortaleciendo su autonomía y pensamiento ético. En suma, hoy la filosofía se imparte en los dos últimos años de la educación media a nivel nacional, buscando formar jóvenes capaces de “filosofar por sí mismos” en torno a preguntas esenciales de la vida y la sociedad.

En la educación superior, la formación filosófica en Chile abarca desde el pregrado hasta el posgrado. A nivel pregrado, la mayoría de las universidades tradicionales y varias privadas ofrecen programas en filosofía. El grado típico es la Licenciatura en Filosofía, equivalente a un título de nivel bachelor (4 a 5 años de estudio). En algunas instituciones este programa se articula con la Pedagogía en Filosofía, orientada a formar profesores de enseñanza media en la disciplina. Por ejemplo, la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación (UMCE) –heredera del antiguo Instituto Pedagógico– ofrece Licenciatura en Educación con título de Profesor de Filosofía, de 10 semestres. De modo similar, universidades como la Universidad de Concepción y la Universidad de Valparaíso imparten carreras de Pedagogía en Filosofía, combinando la formación filosófica con estudios pedagógicos. Por otro lado, varias casas de estudio brindan Licenciaturas puras en Filosofía (no pedagógicas) para quienes buscan una formación más orientada a la investigación y el pensamiento crítico. Los planes de estudio típicamente cubren historia de la filosofía (antigua, medieval, moderna, contemporánea), lógica, ética, estética, epistemología y disciplinas afines, incluyendo a veces pensamiento latinoamericano.

A nivel posgrado, en Chile se otorgan los grados de Magíster (Máster) y Doctorado en Filosofía. El Magíster en Filosofía suele durar 2 años e involucra cursos avanzados y una tesis; está pensado para profundizar en algún área (por ejemplo, ética, filosofía política, filosofía de la ciencia, etc.) y suele ofrecerlo una decena de universidades. El Doctorado en Filosofía es un programa de aproximadamente 4 años orientado a la investigación original, requerido para la carrera académica. Las principales universidades chilenas cuentan con programas de doctorado en filosofía acreditados, incluyendo la Universidad de Chile, la Pontificia Universidad Católica de Chile, la Universidad de Concepción, la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, la Universidad Alberto Hurtado (de orientación jesuita), la Universidad Diego Portales, la Universidad de los Andes, entre otras. Estos doctorados han graduado a un número creciente de doctores en filosofía, muchos de los cuales se integran como docentes e investigadores en el sistema universitario.

Universidades destacadas: La tradición de estudios filosóficos en Chile se concentra históricamente en ciertas instituciones pioneras. La Universidad de Chile (en Santiago) fundó en 1843 la Facultad de Filosofía y Humanidades, siendo por mucho tiempo el principal centro de formación filosófica del país; allí se ofrecen actualmente Licenciatura, Magíster y Doctorado en Filosofía, además de carreras de Pedagogía. La Pontificia Universidad Católica de Chile (Santiago) también ha jugado un rol clave desde el siglo XX, con su Instituto de Filosofía (hoy Facultad) impartiendo pregrado y posgrado. La Universidad de Concepción (sur de Chile) fue la primera fuera de la capital en promover estudios filosóficos de alto nivel, contando hoy con carrera de Pedagogía en Filosofía y programas de posgrado. En la región de Valparaíso, la Pontificia U. Católica de Valparaíso y la Universidad de Valparaíso sobresalen: la PUCV tiene una antigua Escuela de Filosofía y un Doctorado propio, mientras la UV forma profesores de filosofía y alberga investigación interdisciplinaria. Otras instituciones con oferta filosófica incluyen la Universidad de Santiago (USACH) –que retomó la Pedagogía en Filosofía tras la dictadura–, la Universidad Austral de Chile (Valdivia), la Universidad Católica del Maule, la Universidad Academia de Humanismo Cristiano, entre muchas. En las últimas dos décadas, varias universidades privadas laicas (como Diego Portales, Adolfo Ibáñez) han incorporado departamentos de filosofía en sus facultades de Humanidades, contribuyendo a la diversidad académica.

En cuanto a fuentes y referencias, el estudio de la filosofía en Chile se apoya tanto en textos primarios como en análisis secundarios. A lo largo de la historia se han producido obras filosóficas originales de autores chilenos –por ejemplo, Filosofía del entendimiento de Bello (1881), Sociabilidad chilena de Bilbao (1844), Persona y valor de Juan Rivano (1969), El concepto de lo bello de Carla Cordua (1991), entre otras– que constituyen fuentes primarias para la investigación. Paralelamente, historiadores e intelectuales han generado estudios críticos (fuentes secundarias) sobre el devenir filosófico nacional. Destacan trabajos como Apuntes sobre la filosofía en Chile de Santiago Vidal (1956), Rebeldes académicos: la filosofía chilena desde la Independencia hasta 1989 de Iván Jaksić (2013), o el artículo de José Santos Herceg sobre la filosofía durante la dictadura (2013), entre muchos otros. Estas investigaciones examinan las influencias, tensiones y logros de las distintas generaciones de pensadores chilenos, proporcionando un contexto para comprender la evolución filosófica del país.

En conclusión, la filosofía en Chile tiene un desarrollo histórico rico y singular: nace en la sala de teología colonial, se nutre de las luces de la Ilustración en la Independencia, debate entre positivismo y espiritualismo en el siglo XIX, se profesionaliza y diversifica en el siglo XX –no sin enfrentar dictaduras y desafíos–, y en el siglo XXI busca cada vez más aportar con voz propia a los problemas del país y de la humanidad. Y todo ello, formando parte esencial del currículo educativo y de la construcción intelectual de Chile, gracias a la labor de generaciones de filósofos y educadores comprometidos.

Referencias (formato APA 7ma edición):

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